En la tira, Mafalda escribe «Mi mamá me mima. Amo a mi mamá». En esto le llega desde la cocina un inconfundible olor. «¡Mamá, o vos dejás de preparar sopa, o yo dejo de escribir hipocresías». Así es Mafalda, el disparo certero de una bala de diamante, una patada al sosiego y a la calma en un mundo demasiado acomodado.
«¡Sonamos muchachos! ¡Resulta que si uno no se apura a cambiar el mundo, después es el mundo el que lo cambia a uno!», les grita en otra tira, con su redonda cara de angustia, a sus amigos Felipe, Manolito y Miguelito que juegan al pelotón en la plaza. «La verdad es que Mafalda es una niña vieja, asquerosa y repelente», apunta José Antonio Azpilicueta, profesor de Cómic en el departamento de Dibujo de la Facultad de Bellas Artes de la UPV.
De acuerdo, pese a semejante tarjeta de presentación, esta filósofa argentina de lazo y falda corta, aguafiestas, soñadora, hippy y libertaria, cumple hoy 50 años. Su padre Joaquín Lavado Tejón, ‘Quino’ –«pago para que mi apellido no figure en la guía: nos llaman para saber si lavamos a máquina o a mano», confiesa–, hijo de emigrantes malagueños republicanos, la dibujó por primera vez el 15 de marzo de 1962. Aquella versión no salió nunca a la luz ya que estaba destinada a usarse como publicidad subliminal para una marca de electrodomésticos.
Quino, un contestatario al fin y cabo, sostiene, no obstante, que la fecha oficial del nacimiento de su personaje fue el día de su primera publicación: el 29 de septiembre de 1964 en la revista ‘Primera Plana’. «Pensar en una cronología para un personaje de historieta es difícil, Mafalda sigue siendo una niña y siempre será así. Festejaremos dentro de dos años», se lee en su página oficial.
Sea como fuere, Mafalda se ha convertido en un símbolo cultural, en un referente político y en una manera de ver y explicar el mundo, que ha empapado las vidas de, al menos, cinco generaciones de lectores. «Mafalda es uno de los principales iconos culturales de Argentina, como la sonrisa de Gardel o como la Rayuela de Cortazar», se esponja Ricardo Liniers, uno de los historietistas argentinos más importantes del mundo y creador de la afamada Enriqueta y de su oso Madariaga.
La primera lectura
«Con Mafalda es como todos aprendemos a leer y a querer los libros en este país. Lo que uno lee cuando es niño, además de entretenerte, te forma y se queda con vos toda la vida... Es una suerte increíble empezar a ser lector con Mafalda», responde Ricardo Liniers a un correo electrónico de este periódico.
Con ser importante, Mafalda es solo la parte central de un universo infantil, con sus planetas, sus meteoritos y sus lunas, la representante más popular y vitriólica de esa cuadrilla iluminada dibujada por Quino. Quien más quien menos tiene su personaje favorito, su frase predilecta, su escena inolvidable... Para algunos es el brutote de Manolito Goreiro, con su pelo cortado a cepillo, usando el tacón del zapato para adecentar un borrón, ese proyecto de ‘emprendedor’ de origen gallego-gallego capaz de pronunciar esta frase clarividente. «Nadie puede amasar una fortuna sin hacer harina a los demás». Más actual, imposible. Para otros, es el soñador Felipe, con su boca llena de dientes, un Llanero Solitario de carboncillo que se azora cada vez que se le cruza por delante una bella desconocida. O Guille. O Libertad. O Miguelito. O la rancia Susanita, perseguidora de un altar desde el nacimiento, la que proclama a los cuatro vientos, como una Escarlata chaparra: «Mi esposo será alto, morocho y sin madre, y nunca nada se interpondrá entre nosotros».
«El personaje de Quino realizaba, junto a sus compañeros, una crítica constante al modelo de sociedad vigente. Inquieta y observadora, Mafalda significaba una verdadera revolución a favor de la paz, la libertad y la defensa de los derechos humanos», se lee en la tesis doctoral ‘El mundo de Mafalda’ defendida en la Universidad Nacional de La Plata por Marina Alejandra Bernardi y por Soledad Macharelli. El personaje surge en un contexto muy difícil, justo después del golpe de Estado del militar Juan Carlos Onganía y cuando el mundo se entregaba a la primavera del ‘flower power’.
Tal vez por esa angustia, Mafalda razona como un catedrático de Metafísica –«que paren el mundo, que me bajo», llega a decir haciendo suya una frase de Groucho Marx–, aunque su edad ronde los 6 ó 7 años. No sabemos su apellido, pero Quino escribe una M tras el nombre de Mafalda en un trabajo escolar. Sus padres son de clase media («mediaestúpida», en palabras de la niña). La madre se llama Raquel, una mujer con aspecto de zancuda que dejó sus estudios para casarse, algo que le reprocha Mafalda cada vez que puede. Él no tiene nombre. Es un oscuro empleado en una agencia de seguros, soñador y desesperanzado, atrapado por la aburrida maquinaria laboral, pero capaz de dejarse sin afeitar el trocito de mejilla donde Mafalda le ha depositado un beso esa mañana. Detalles imaginados por Quino, un hombre, reivindica el dibujante, felizmente casado con la química Alicia Colombo, y sin hijos.
Resucita con Berlusconi
Los personajes de Quino desembarcaron en España en 1970, en un primer volumen de la Editorial Lumen. Aquella inicial sobredosis de Mafalda fue censurada por el franquismo y obligó a los editores a añadir una faja en la tapa con la leyenda ‘Para adultos’, idéntica a la que mostraban las revistas de destape. Lumen publicó los diez tomos completos. «Mafalda es un producto de su tiempo. Decía las cosas que queríamos oír y con sentido del humor. Es un retrato muy potente del mundo en que vivíamos», resume el dibujante de ‘El Jueves’ Manel Fontdevila, mafaldista confeso y capaz de reproducir frases y tiras del personaje.
Quino jubiló a Mafalda en Argentina el 25 de junio de 1973, día en que se despidió de los lectores de ‘Siete días’, aunque la ‘resucitó’ para el diario italiano ‘La Repubblica’ donde grita a Berlusconi con su aspecto inconfundible: «¡No soy una mujer a su disposición!».
«El secreto de que Mafalda siga vigente y tenga éxito es que habla de cosas y situaciones que siguen sucediendo cada día», razona Clara Soriano, una joven dibujante de Cartagena. Quino, explica el profesor Azpilicueta, vertebraba las viñetas de Mafalda como un artefacto que debía explotar en la última viñeta, en ese gag, a veces sorprendente, a veces desasosegante, que dejaba suspendido al lector en el universo de la niña. Un mundo que cumple medio siglo vivito y coleando.
«Mafalda es un ser social y Quino la usaba para hacer un humor costumbrista y analítico de su momento en la sociedad y en el mundo. Tratar de repetir lo que hizo Quino con Mafalda –apunta Liniers– sería absurdo para un dibujante... como tratar de hacer otro gol como el de Maradona a los ingleses».
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